viernes, 4 de abril de 2014

CUANDO JESÚS MUERE COMO NOSOTROS

“Cuando miramos a Jesús agonizante, vemos la agonía del mundo. Jesús, que en la cruz arrastró a todos hacia sí, murió millones de muertes: no sólo la muerte del rechazado, del solitario o del criminal, sino también la muerte del grande y poderoso, del famoso y del popular. Pero, sobre todo, murió la muerte de todas las personas sencillas que han vivido una vida vulgar y ordinaria, han crecido, han trabajado hasta el agotamiento y han confiado en que, de algún modo, sus vidas no han sido inútiles.

Todos hemos de morir. Y todos hemos de morir solos. Nadie puede acompañarnos en ese último viaje. Todos tenemos que desprendernos de lo que es más nuestro y confiar en que no habremos vivido en vano. De algún modo, la muerte es el más grande de todos los momentos del hombre, porque es el momento en que se nos pide que lo dejemos todo. La forma en que hayamos de morir tendrá mucho que ver, no sólo con la forma en que nosotros hayamos vivido, sino también con la forma en que habrán de vivir los que vengan detrás de nosotros.

La muerte de Jesús nos revela que no hemos de vivir como si la muerte no fuera algo que ha de llegarnos a todos. Mientras cuelga con los brazos extendidos en la cruz, entre el cielo y la tierra, nos pide que miremos de frente a nuestra condición mortal y confiemos en que la muerte no ha de tener la última palabra. Sólo así podemos mirar a quienes agonizan en nuestro mundo y darles esperanza; sólo así podemos sostener sus cuerpos agonizantes entre nuestros brazos y confiar en que otros brazos más poderosos que los nuestros habrán de recibirlos y darles la paz y la alegría que siempre han deseado. La muerte es el lote de toda la humanidad. Y fue en esta humanidad que muere en la que Dios quiso encarnarse para darnos la esperanza”.


Henri Nouwen
“Escritos Esenciales”.

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